Kane, Silver
La sacudida me despierta.
Abro lentamente los ojos y tengo la sensación de algo irreal, como
si me encontrara muy lejos de todo, muy lejos incluso de mí mismo.
¿Qué es esto?, ¿Dónde estoy?
No me encuentro, desde luego, en mi apartamiento del boulevard de
Clichy de París, un caserón viejo pero lleno de ambiente, de libros y de
recuerdos, y que cuenta, además, con dos ventanas que reciben el aire y
la luz de una de las calles más famosas del mundo.
No estoy tampoco conduciendo mi «Fiat 1.100», algo severo y poco
amplio, pero brioso y sensible como si tuviera sangre en las venas.
No. Me encuentro sobre algo que se mueve por sí solo, que se sacude,
que parece desgañitarse en un chirrido continuo alargándose bajo mis
pies.
Un minuto después lo comprendo. Es un tren. ¿Un tren?
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